Diáspora de los enfermos (II)

Llevo todo el día escribiendo sobre el amor; en realidad no creo que haga otra cosa. Pero luego, en las largas pausas del transporte público, estuve inmerso en Días sin hambre, la estancia en un hospital parisino de una joven con anorexia. He pasado entonces a escribir sobre la enfermedad (no creo que haya hecho otra cosa).

Laure se queja de la soledad, pese a toda la atención que parece recibir. Siempre he pensado en lo fácil que es estar en los malos momentos, cuando la guía de la moral deleita el paso, y lo difícil de estar en la rutina, con su implacable fuerza erosiva. Claro que a la larga la moral también se resiente, pero resulta asimismo por influjo de la repetición.

La depresión insufla miedo. Daría la impresión de ser el aliento divino que avivó el barro. Terror puro después del cual pierdes el respeto al género cinematográfico, al dolor físico, cuyo umbral se presenta ahora seductor, y a la muerte. Quién en su sano juicio, y notad que lo digo nada más con cierta sorna, iba a recelar del eterno descanso, cuando sólo el sueño proporciona algo de alivio. Sin embargo, uno todavía es capaz de comprender con inusitada conciencia (al menos yo lo he sido), el daño de su decisión en las caras que lo rodean, para acabar comprendiendo que la libertad no existe para quien ama, pues nadie existe por sí mismo, sino como resonancia o Eco (Metamorfosis, III, 339-510).

Sería maravilloso, pero la vida sigue, vuelve a sus cauces, a su inercia de consumismo y tecnologías atencionales. Y de culpa, pero no os preocupéis, que hay motivos para sentirnos culpables; el subterfugio del judeocristiano secularizado que aleja de sí la culpa por tratarse de una herencia judeocristiana es más bien patético. Por su parte, el judeocristiano convaleciente vuelve a percibir los contornos. Entonces restallan todos esos discursos públicos (posteables, portables) dignos de elogio que hablan de cuidados, de responsabilidad afectiva, de ternura y aliento, proferidos por aquellos que se alejan de la culpa con la frente marcada, quienes te abandonaron entonces o un poco más tarde. Fue por adaptación: no hay que olvidar y se olvida la capacidad burlesca del capitalismo. Apropiacionista. Cuidados, responsabilidad afectiva, ternura, pueden convertirse en parodia cuando no directamente en fiadores de individualismo, meritocracia, autosuperación. A lo mejor es porque estoy dolido que veo ahí a la mayoría, mirándose la libertad individual como el bebé que se descubre las manos.

No obstante lo anterior, recomiendo aplazar (poner en perspectiva) la defensa de la víctima una vez está fuera de peligro, pues habrá aprendido a dominar las lógicas de la enfermedad que ha anegado su psique. Por demás, después de tantos trances ha caído el exceso de mí como una pátina, y ya casi creo más propia esta personalidad cortante. Vale.



Otros libros en mientes (bibliografía)

Fisher, Mark. Realismo capitalista: ¿no hay alternativa? (Caja Negra)
Nelson, Maggie. Sobre la libertad. Cuatro cantos de restricción y cuidados (Anagrama)
Rivera Garza, Cristina. Los muertos indóciles (consonni)

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