Incluso contra el arte de la prudencia. La mujer que me enseñó griego y latín y me orientó hacia la literatura nos decía, al pequeño grupo que componíamos los estudios clásicos, que ante los escenarios que se nos planteaban recrudecidos por las hormonas debíamos ser más Odiseo y menos Áyax. Más πολυτρόπως, «el de los muchos giros», y menos brutales en nuestras posturas.
«El héroe verdadero, el tema verdadero, el centro de la Ilíada es la fuerza. La fuerza empleada por el hombre, la fuerza que esclaviza al hombre, la fuerza ante la cual la carne humana se retrae»1.
Conforme pasan los años o se suceden las crisis, uno siente una creciente aversión por el hijo de Laertes. Para Shklovski, entre los popes más destacados del formalismo ruso, la lectura se trata de un «alegre trabajo de destrucción», en el sentido en que la obra se reelabora a ojos vista, de acuerdo a la mirada del receptor. Para un joven de 25 años que presencia por segunda vez en dos años cómo una horda de majaderos intenta un golpe de Estado después de unos resultados desfavorables en las urnas2, y aunque no podemos acusar formalmente a Odiseo de emplear la posverdad, los giros ya no son válidos.
Pagamos impuestos para desocuparnos de los temas sociales, dijeron las voces más aplaudidas de la izquierda en ese momento (otro). Acaso sí tenemos que meter migrantes en nuestras casas; aspirar a la coherencia en lugar de repetir la cabalgadura contradictoria de los ídolos amarillos. Una verdad de acción que se parezca más a la utopía que defendemos y menos al realismo capitalista que encarnamos: «la fuerza ante la cual la carne humana se retrae» somos nosotros representando nuestro papel.
Cuenta un amigo que acompaña habitualmente a «personas sin hogar», una paradoja constitucional que sin embargo no preocupa a los autodenominados constitucionalistas, que la pobreza huele. A orines, a nuestros desperdicios, y la izquierda española lleva mucho sin oler la pobreza, no digamos sin tocarla y sin verla. Sin reconocerse en ella. Cuando los giros han progresado hasta la posverdad, superándola, sólo queda la acción brutal hacia nosotros mismos, para con las posiciones y privilegios que ostentamos. Áyax, después de un episodio de locura inspirado por la ojigarza Atenea, en que ¿tocado de un baciyelmo? confunde a un rebaño de ovejas con un ejército enemigo, «sorprendido por la desgracia» decide darse muerte con la espada de Héctor3.
Me inclino por el final que le da Dante a Odiseo: «infin che’l mar fu sovra noi richiuso«4. Como los aqueos, probablemente partimos de una derrota moral, y cabe aspirar a dignificar una historia turbulenta, aun cuando todo termine de la manera más patética, en el más censurable y coherente de los gestos.
Notas
1. Weil, Simone. La Ilíada o el poema de la fuerza (traducción de Sara María Teresa de la Selva).
2. Se valen de argumentos de supuestas irregularidades electorales que en España deberían sonarnos del ideario franquista, además del soniquete de «Gobierno ilegítimo».
3. «Para acabar con uno mismo es indispensable haber imaginado la felicidad durante mucho tiempo (…). Para matarse hay que saber qué matar. (…) El suicidio requiere entusiasmo, es inspiración». Cioran, E. M. El suicidio como forma de conocimiento. Ejercicios negativos (traducción de Alicia Martorell).
4. Inferno XXVI, v. 142.
5. Sigo, a modo de método, el mecanismo que permite leer a Chirbes como personaje de Houllebecq, y por el que me repito las palabras de Valérie Solanas: «el macho es una mujer inacabada».
Otros libros en mientes (bibliografía)
Savinkov, Boris. El caballo amarillo (Impedimenta)

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