Entrevista a Rodrigo García Marina

La gente pide novedades mientras dirijo todo mi esfuerzo a hacer menos que el día anterior hasta alcanzar la anhelada quietud. Pienso que acabaré por erosionar la superficie de la acción desenfrenada. Sigo con Chirbes, por la desestabilización —contra el asentimiento—. En cuanto a Ge Marina, autor de Los prodigiosos gatos monteses, un chico majo, danzante. Me han sorprendido sus respuestas, las mismas, más de una vez, así que deben de ser buenas.

Ahí van.


P: Buenas tardes, Rodri. ¿Cómo estás? ¿Qué nombre te iban a poner tus padres?
R: Estoy estupendo, casi siempre estoy contento. Pasé una primera adolescencia muy triste, desde entonces hago lo posible por estar en el mundo de otra manera. Pensaron en llamarme Alberto que significa quien brilla por su nobleza. Afortunadamente no lo hicieron porque yo soy muy sucio… sucio como los deseos, o los perros del centro de la Tierra.

P: Disculpa la franqueza, tengo la suerte de no haberte leído todavía —lo haré a lo largo de la entrevista; tal vez se note en un cambio de actitud o de puntuación—. Se dice mucho eso, como una alegría que se ha tenido el buen tino de aplazar. ¿A quién tienes la suerte de no haber leído?
R: Nunca he leído a Roth, no pude terminar el Ulises de Joyce y llevo aplazando casi una década Los cuarenta días del Musa Dagh de Franz Werfel.

P: Aun sin leerte, sé que en tu último poemario, Los prodigiosos gatos monteses, hay amor (ya lo cuenta Conejero en el epílogo), pero también estilete. ¿Erotismo renacentista? ¿Celos, venganza? ¿Algo que añadir al margen del verso?
R: Claro, al margen del verso añadí una obra de teatro para un actor que esté locamente enamorado. En ella el actor es un drogadicto que se enamora de otro y que termina por desarrollar una tesis acerca de la falsa identidad que existe en la cultura entre amor y belleza, una vez se encuentra con su amado, follando como dos arañitas de agua, con su boca torcida y toda su miseria. Y él debe contárselo a todo el mundo que es tan miserable como afortunado. Y que la belleza tiene que ver con la genética, con el dinero, con la egolatría… pero no con el amor.

P: Un día en que nos disputábamos la atención1 de nuestra admirada Ștefania, que el lector debe imaginar como una belleza postsoviética, os parasteis a la margen del río a comentar las propiedades de alguna planta, que yo no sabía diferenciar de un hierbajo. ¿No recordarás qué especie era? ¿De dónde ese gusto por las veredas?
R: Siempre que voy a ver a mis antepasados al cementerio de mi pueblo, bajo al Jarama a recoger flores o busco entre las lindes del camino de cipreses para hacer ramitos porque allí no hay floristería. En las veredas de los caminos, igual que en los ríos encuentras objetos y seres interesantes. Es el lugar donde se abandonan las cosas o se pierden. De pequeño, también en mi pueblo, encontré una culebra de collar muerta, me la llevé a casa y la conservé durante años en un bote con alcohol. Le puse nombre a un cadáver. Durante muchos años quería ser el reportero de los documentales de animales de la dos, en fin, era un chaval raro. Además, allí es donde se esconden los gamusinos. Lo sé porque me lo han contado.

P: ¿Conoces a alguien que me dé trabajo en Salamanca?
R: No, lo siento.

P: Se podría pensar que «entras en la literatura en tropel como turba de bisontes corriendo (…), sin rumbo serio alguno». ¿Qué castigo crees que merece alguien por ser poeta? Por tensionar todo un complejo de relaciones con pretensión estética, digo.
R: Yo no soy poeta, soy artista. En Los prodigiosos gatos monteses soy concretamente un cronista de la pandemia (esa era la pauta de la editorial, o la excusa) y un cronista de los encierros. También soy un ser inflamable, un hada, lo digo en el libro, ya lo verás. Suficiente castigo el sambenito del término poeta, ¿no crees? Tan pretencioso como absurdo… En fin, me da risa. Tiene algo inocente, arrogarse un término, sentirse una referencia de, para, un camino hacia. Escuché a una poeta decir que ella era una referencia para otras personas y me dio risa. Como que para mí justo la poesía tiene que ver con lo contrario a las referencias. Un adalid, un profeta, un caudillo de los versos… Qué risa.  Supongo que lo que sí soy es un ser lírico. Por eso mi teatro, mis cartas, mi guión, mi poesía, mis cuentos están contenidos por una manera de estar entre las palabras. ¿Tengo pluma? Para mí las palabras no son un material tan distinto al mimbre o a la cerámica. Creamos con lo que tenemos. Yo tengo a los bisontes que son concretamente verdes y azulados.

P: Dices: «Quemaría a Platón o sacrificaría a mis hijos, si con el gesto pudiera entender». Me creo que quemases a Platón, por cuanto factible y poco original, pero no que sacrificases a tus hijos, mucho menos por algo tan anodino. ¿Por qué ese afán de entender, que no puedo sino reconocer como una manera eufemística de poseer? ¿No es el amor más bien un ser poseído?
R: En realidad el sujeto poético ahí se ha transformado en Medea. ¿El tema de la biografía? ¡La gente piensa que estás tú por todas partes! El sujeto poético nunca es exactamente Yo, ni exactamente Tú. Esta voz, la que ahora es Medea, se está transfigurando en todo momento para tratar de captar la atención de un ex-amante, por eso el poema lleva la cita de un libro de Bettina von Arnim que se llama Este libro pertenece al rey. El rey de Prusia persiguió a la pensadora por sus obras vindicativas. Muchos años después, Sarah Kirsch, una escritora que vivió y se suicidó en la RDA, escribió: «Esta tarde Bettina, es todo igual que siempre. Siempre estamos solas cuando escribimos a los reyes, a los del corazón y a los del Estado. Y todavía nuestro corazón se estremece cuando al otro lado de la casa se oye un coche». Me interesa la relación entre el terror político y el amoroso. Medea es un personaje que hace uso de los lazos del amor y de la política para acometer una ruptura con la norma cultural. Mi Medea es extraña porque tiene conocimiento de Platón, tal y como la representa Pasolini. La Medea de Pasolini sabe que en el núcleo de la razón pervive el pensamiento mítico que el mundo racional está poseído por las grietas de la sinrazón, de los cuentos y de las hadas. No sé lo que es el amor, pero yo sí que creo en las hadas. Yo creo que este libro llegará a mi ex-amante y sabrá que yo también estoy solo cuando escribo a los reyes del corazón y los del Estado. Seguro que tú también.

P: Me gusta cuando hablas del asombro. ¿De qué se asombra Rodrigo García Marina?
R: De todo. ¿No ves las arrugas que tengo en la frente? En relación a la literatura me asombra tener lectorxs. La generosidad de la gente que acude a los sitios a escuchar. Me asombra la gente que escucha.

P: ¿Qué os pasa con las amapolas?
R: A mí nada. Lo dices por mi primer libro, supongo. Era una metáfora ramplona de la droga y el deseo, de cómo me acariciaron con cierta edad. Una cosa curiosa de las flores es su tacto, muchas son suaves. Algunas las puedes chupar, el hinojo (hay que ser cauto porque se parece a la cicuta), la hierba limonera… Si quieres te facilito mi dirección y me mandas un ramo. Me hará ilusión.



Notas
1. ¿La belleza, el amor?



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