Diarios de paquí (1)

“Que eres muy joven”. Es, en parte, una advertencia. El perfil de un castigo callado cuya mordida es siempre la misma: “No te comprendo”. O, como resumió bien alguien del pueblo: “Yo me preguntaba: ¿por qué, si lo tiene todo?”. Me lo dijo mi madre: “Ojalá nunca lo entiendas”. He podido entender a mi madre y ahora me extraño de otras cosas, y aquí se ubica el amor. En este tiempo que comprende una vida joven he sabido perderle el miedo a la muerte y ganárselo a la enfermedad y al sufrimiento, como carcoma que talla el interior propio, de mi intimidad o relacionado con ella. Pero uno puede habitar la ruina familiar (y hablo también del lenguaje) con un derroche de voluntad. Lo insoportable es el contagio, las consecuencias en el entorno. La mirada atrás. La torcedura que un día aprecias en el gesto de enfrente y ya no pierdes de vista. ¿Cobardía, doblegar el instinto de supervivencia? Valentía desde luego que no, uno es poca cosa (es un decir).

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