Obón, 29/9/24
Zumba a ritmo de osteoporosis.
Después, vídeo de orugas a la vera de un molino poblado de enseres. Una oruga y un caracol, atrapado el segundo en un quicio; el primero lo quiere abandonar porque siempre llega tarde por su culpa y ahora descubro que es una pareja homosexual un jueves por la tarde —aunque los caracoles son hermafroditas, lo cual hace la moraleja irreversible en la línea LGTBQ+, no obstante, la problemática es idéntica en un marco conservador. La concha del caracol representa, además, la carga de cuidados y la longitud de la melena en una sociedad patriarcal y neoliberal. El puto uróboro devorando el amor por la cola. El gusano es el lumpen oficinista y gris.
En una esquina de la cama —4 esquinitas tiene mi cama, 4 angelitos que me la guardan— hay un angelito asqueado. X ha dejado los calzoncillos y calcetines en una estructura que empieza a semejar un molino de ropa sucia. Me acuerdo de Vicente Huidobro. Pienso en el caracol y empujo el montón de una patada debajo de la cama. Justicia y dignidad.
Hablo del privilegio de la resistencia en las sociedades extractivistas. La culpa que no sienten los gusanos, deseando volar por el éter de la clase media. We’re losing it. Lo demás no me interesa, toda esa teoría flotando sobre nuestras cabezas compungidas, el eterno retorno cristiano, eterna resistencia a la lucha. El ragazzo de los calzoncillos del suelo retoma su perorata de ayer: egalité.
Es sólo el segundo día. A lo largo de hoy seguirá concretándose el deseo que motivará el ánimo de las próximas jornadas.
Debe de sentar bien desentumecerse después de tanto tiempo convencido del propio agotamiento. ¿Tendrá relación con esta moderna promoción de la mediocridad? Voluntad de poder. Para detentar el poder no podemos establecernos en la mediocridad. Debemos formularnos la utopía, y merecerla. Es posible, y en esto reside el pecado original, que la merezcamos al nacer y perdamos ese derecho según crecemos. Aquí se entiende mejor. No aportamos demasiado al lenguaje de los árboles. Los pájaros permanecen silenciosos. Ellos tampoco están pendientes de nuestra verborrea. Quisiera romper con esta falsa apariencia democrática, echo en falta al enemigo evidente. Cuando enuncio estas cuestiones, mi interlocutor protesta. Se activa algún extraño mecanismo reptiliano de preservación. Volverá cuando la situación resulte insoportable, cuando la carga de la prueba no baje por la garganta y no se antoje habitual el sabor del vómito.
En Teruel me entran ganas de leer a los nórdicos. Mejillones para cenar, por ejemplo. Buen nombre para un partido político de centro-derecha, como les gusta llamarse. La luz de finales de septiembre cae oblicua sobre las terrazas del río Martín.

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