Porque podemos tomar a Simone Weil, bolchevique de cuna con ideas propias en un periodo obcecado y ambientes destemplados, obrera en Renault, combatiente en el Frente de Aragón, redactora de la Francia Libre fallecida de tuberculosis a los 34 años en el sanatorio de Ashford, Inglaterra, en 1943.
Porque la literatura así lo permite (las lecturas comparadas; más bien hiladas en patrones humanos), podemos leer desde aquí: » (…) toda colectividad necesita para existir operaciones, entre las que la suma es el ejemplo más elemental, que no se verifican más que con un espíritu en estado de soledad». Y enseguida: » (…) para que una llamada como esa surta efecto es preciso que se dirija a seres susceptibles de entenderla. (…) una colectividad no es alguien sino por ficción; (…) hablarle es una operación ficticia».1
A La persona y lo sagrado, de donde extraigo estos fragmentos, dedicó sus últimos meses de vida. Agamben hace un prólogo honesto sólo en parte (y un filósofo, a diferencia de un literato, debe mostrarse honesto casi siempre). Fino en el desarrollo, deriva paternalista en unas conclusiones totalmente injustas que se revelan así a cualquiera que siga leyendo las 67 páginas del ensayo- traducido por José Luis Piquero para Hermida.
Weil, a quien se debe situar en la línea histórica (no continuista en un sentido profundo) del misticismo sufí de al-Hallaj,2 los santos herejes Juan de la Cruz y la Teresa de Jesús de Las moradas y El libro de las fundaciones; Marx, la dialéctica negativa de Adorno, el deseo poscapitalista de Fisher, el rizoma de Deleuze y Guattari, Ramón Andrés y el marxismo apofático del Comité Invisible…3
«En nuestra época de inteligencia ofuscada no tenemos dificultad alguna en reclamar para todos una parte igual de los privilegios, de las cosas que son por esencia privilegios. Es una especie de reivindicación a la vez absurda y baja; absurda, porque el privilegio por definición es desigual; baja, porque no vale la pena desearlo».
Derecho a viajar, a conocer otras culturas, a subir al pico más alto, a la desconexión, al descanso a poseer y especular con bienes inmuebles, a un chalet con piscina a 35 minutos de la ciudad en vehículo eléctrico, derecho a la paz, derecho a defenderse, derecho a una muerte digna. Los mezclo todos con propósito sin afán confabulador-posmoderno, con criterio weiliano. No vale la pena desear por dentro del realismo capitalista.
Y Álvaro Guijarro, otra potencia de excepción (recojo la última estrofa del poema dedicado al arquitecto Pedro Casariego Córdoba):
«Si eres un enamorado, vivirás
para escribir, y no morirás,
pero tampoco habrás vivido».
La cubierta verde me priva. La editorial pre-textos, de una profesionalidad cuidadosa, da además en esta obra la impresión de dulzura. Guijarro que, como Carmen Laforet, tiene algo de vagabundo:
«No, sí, no, no…
Queremos despertar en el mar
y jugar a la paz,
lejos del suelo del mercado«.4
A lo mejor por ahí. Ite missa est.
- La cursiva es mía. ↩︎
- «Me esforcé en esperar
Pero mi corazón ¿puede hacer esperar a mi corazón?
Tu espíritu se mezcló con mi espíritu
En la proximidad y la distancia
Pues yo soy Tú como Tú
Tú eres yo y lo que yo quiero».
(Extraído de Arsgravis). ↩︎ - Tengo pendiente Sobre Simone Weil, de Fernández Buey. Es recomendación del profesor Ruiz Andrés, que me ha dicho que esta
snotassones excesivas(le he dicho que aquí también tomo apuntes: ¿no es un diario?). ↩︎ - Del poema Oración de los mendigos. ↩︎

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